Hasta el día de ayer estábamos hablando de fútbol, incluso quiénes no son muy fanáticos. Pero a partir de hoy la Copa América va a pasar a segundo plano gracias al accidente protagonizado por Arturo Vidal en su cavallino rampante, básicamente porque la suerte de la selección chilena se va a asociar irremediablemente a este caso. Es casi un hecho que el rey Arturo no estará en el partido contra Bolivia y, aunque yo creo que igual se va a ganar, si no se logra, no serán pocos los que atribuirán su ausencia como factor determinante en el resultado. Y así va a ser con cualquier partido que Chile tenga por delante en este campeonato si es apartado del plantel.
Como todos, yo tengo mi opinión acerca del destino de Vidal tras este episodio pero en vez de exponerla, prefiero que los organismos competentes tomen su decisión y como siempre, yo podré estar o no de acuerdo con ellos. Sin embargo me gustaría ponerme en la situación de Arturo en estos momentos y elucubrar lo que estará pasando y pensando. Pero no puedo: yo provengo de una familia bien constituida, tuve acceso a educación y guías permanentes durante mi crecimiento; no me he enriquecido ni tampoco hecho famoso prácticamente de la noche a la mañana. ¿Qué lo llevó a hacer lo que hizo y qué motivaciones tuvo? Ni idea.
Lo que sí tengo claro es que volverá a suceder; tendremos suerte si no es Vidal otra vez, pero seguramente vendrán otros y se mandarán los mismos numeritos, porque nadie aprende de las experiencias ajenas y algunos ni siquiera de las propias. Tengo una pena enorme. Arturo ya había recibido anteriormente un castigo siendo apartado por 10 fechas de la selección y después de eso parecía que había enmendado el rumbo de su carrera. He aquí una lección: a caballo desbocado siempre la rienda corta.